Nuestra América, nuestra idea

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Por Luis Giménez

Se dice que uno de los mayores logros del iluminismo fue haber despertado la idea de pensar Estados-Naciones en donde dar contexto al pensamiento de una incipiente sociedad moderna. Esa idea aglomeraba los estandartes luego pregonados por la Revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad), como así también ideas sobre el individuo y la organización social y administrativa de los territorios nacionales. Es así que posteriormente con el romanticismo esos conceptos sobre la nación y el individuo se enaltecieron para afianzar su vínculo con la identidad propia de la nación.

En el marco de la lucha por la independencia cubana, José Martí escribió “Nuestra América” a finales del siglo xix. En su reflexión sobre la situación del continente, Martí vaticina, “no hay batalla entre la civilización y barbarie” y así demarcaba un cambio en el paradigma sarmientino hacia una búsqueda de identidad propia del continente.  Teniendo en cuenta que han pasado ya más de dos siglos desde el nacimiento de aquellos ideales iluministas, el planteamiento de Martí sobre una identidad que represente la “idea” de nación, pareciera estar inconcluso nuevamente.  Si tomáramos como referente la situación actual del continente, nos encontraríamos con que la “idea”de nación no necesariamente representa la identidad que los pueblos buscan. Un ejemplo de eso sería las corrientes migratorias hacia destinos como los Estados Unidos, Canada, México o Argentina. Donde los migrantes llegan a esos países en búsqueda de cosas específicas, como generar beneficios económicos o educación. Es decir se busca cierto beneficio, no necesariamente se llega por lo que representa el territorio o la idea de identidad.

Si bien existe la visión de que los inmigrantes persiguen o anhelan la “idea” que acompaña a la identidad o estilo de vida de países receptores de inmigración ofrecen, también es cierto que la asimilación no se adquiere con un documento o con un estatus social.  Dicho eso, no hay que interpretar la falta de asimilación con los que a voces sueltas pregonan o ven al inmigrante y su cultura como argumento suficiente para imponer más controles migratorios o esparcir el odio al “otro”.  No es lógico pensar, por ejemplo,  que uno está más cerca de la idea del “ser americano” porque se es blanco, eso sería como pensar que  uno baila tango mejor que otra persona simplemente porque se es de Argentina. Entonces, ¿por qué dejar entrar a nuestro país a extranjeros que no quieren aprender inglés; no creen en nuestros valores; no quieren asimilarse; y en consecuencia, no quieren ser americanos? Se preguntan miles de estadounidenses. Pero, ¿dónde reside ese “ser nacional” que tanto se busca o protege? ¿Está en la idea?; ¿en el territorio?; ¿en la tradición y la cultura? ¿Está en la idea de civilización que tenía Sarmiento? No obstante, si no podemos definir al “ser nacional” o describir esa identidad, ¿cómo podemos pretender que otros la pongan en práctica?

Desde la creación de movimientos indigenistas, a la conformación de organismos internacionales; pasando por grupos armados o gobiernos militares o populistas, todos incluyeron e incluyen en sus pensamientos de identidad las mismas preguntas que Martí formuló, ¿quiénes somos, qué somos, qué queremos ser?  Por ende, en la pugna constante por definir lo que representa la idea de la identidad nacional, diferentes grupos manifiestan conocer el repertorio con el cual crear su propio “identikit” de la identificación nacional.

Así llegamos a un siglo xxi distinto al que Martí imaginó, donde convergen las diferencias pero también la afinidad ideológica no reproducida en la identidad. El hijo de inmigrantes que pide deportaciones; el hijo de indígenas que niega la historia de la conquista; el descendiente de esclavos que defiende el apartheid; la persona gay que acepta la fe cristiana; el europeo que rechaza a refugiados, y la lista sigue. Entonces, ¿ cómo se puede aludir a una idea de identidad para una nación o para una región, si la idea misma no incluye cierto compromiso?   

 En conclusión, quizás haya que retroceder un poco y mirar detenidamente la idea misma de la modernidad de nuestras naciones, para así pensar que tipo de identidad se necesita en una sociedad donde ser exiliado, gay; indígena o esclavo pocas veces da el espacio individual fuera de la dicotomía civilizadora de la modernidad.

 

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