Por Maritza Buendía
Julio Cortázar dedica su relato El perseguidor a Charlie Parker, un saxofonista norteamericano (1920-1955) considerado por muchos como el máximo exponente del jazz. La vida de excesos del músico y la desolación que le causó la muerte de su hija están presentes en la historia y muchos datos que se leen en la obra son verídicos. Sin embargo, uno de los temas más interesantes que trata el texto es la relación conflictiva entre un crítico y un artista.
El narrador es Bruno (sin apellido), un crítico de jazz quien tiene como tarea escribir una biografía del músico Johnny Carter y que documenta sus encuentros con el artista a manera de diario. El crítico se debate entre la escritura con fines comerciales y la revelación de las verdaderas e íntimas apreciaciones de la vida de Carter, que es lo que realmente constituye la obra El perseguidor. El relato plantea de inmediato el vínculo entre dos personajes típicos y antagonistas: un crítico y un artista. El enfrentamiento entre el crítico y el creador supone dos personalidades marcadas y totalmente opuestas. El crítico de poca dignidad, calculado y metódico, pero sobre todo despojado de talento, y el artista poseedor del genio musical, dotado del misterio creativo y no obstante víctima de su propio éxito.
Bruno carece de la honestidad y de la capacidad para entender la motivación del artista. Cree que puede mejorar la imagen de la estrella para complacer y no decepcionar a su fanaticada. Para lograrlo, trata de tapar los lados más «oscuros» de Johnny, sus indiscreciones y sus excesos con el alcohol. Pero su esfuerzo está condenado al fracaso y sólo consigue alejarlo aún más de su objetivo, así como de entender el sentido de su propia existencia. Y no es necesariamente porque persiga beneficio material, sino porque literalmente no posee la habilidad para racionalizar el misterio que constituye la producción artística, la música.
Johnny, por su parte, bajo la influencia de Apolo, vive su gloria sin entender el don concedido y en la más sórdida soledad. El saxofonista está marcado por la tragedia y batalla entre el dilema de su vacío interior y el perturbador bullicio y adulación del público, además de sus relaciones caóticas con las mujeres. Su vida no tiene sentido más que para la creación de la música. La música es eterna, él es efímero e inmensamente infeliz. El artista nace para ser instrumento de la felicidad de otros y sólo trasciende gracias a su arte. Un precio alto, quizá injusto, pero una realidad ineludible.
El perseguidor es una obra fascinante de Julio Cortázar para iniciarse (si no lo ha hecho) en el mundo genial de su literatura. Un viaje sugerente, inquietante, a veces confuso y de intensas emociones. Un viaje en donde las palabras pueden sonar vacías, incapaces de expresar la verdad y la enorme disparidad entre lo aparente y cotidiano y lo verdaderamente extraño y surrealista de nuestro mundo interior. Creo también que el escritor plasma en su prosa ese anhelo que tenemos todos, que muy pocas veces conseguimos, de conectar de forma significativa con otros. El tiempo mientras tanto corre implacable, derrumbando cualquier noción de certeza en el mundo sombrío, solitario y casi nunca feliz del artista. Johnny vive sólo para la creación y su música tansciende fronteras.